El verano
llegaba a su fin y con las primeras pieles en el mercado, anunciando que el
invierno estaba a punto de comenzar, el pueblo enloqueció. No era de extrañar,
pues cada invierno la guerra comenzaba. Nuestro pueblo era invadido por los
moradores de las montañas y cada año solo unos pocos hombres regresaban. Este
año, yo partiría también a la guerra.
-Luca, espera-
escuché. Giré la cabeza para divisar a lo lejos a un viejo amigo de la
infancia- ¿Cuándo partiréis a la guerra?
-Cuando la
última hoja del árbol centenario caiga- miré al árbol. Quedaba poco tiempo,
días, tal vez semanas, pero no mucho más.
-Ojalá pudiera
acompañarte- dijo con sinceridad-No quiero dejarte solo ante el peligro.
Sonreí. A veces
pensaba que él era el único de los dos que tenía sangre en las venas.
Terminamos la conversación porque los dos sabíamos que era un tema complicado y
nunca compartiríamos la misma opinión y no queríamos empezar una pelea por un
tema tan absurdo.
Pasaban los
días y por fin la última hoja cayó. Había llegado el momento de dejar atrás
nuestra tranquila vida, despedirnos de nuestros seres queridos pero sobre todo
rezar para que lleguemos al mañana.
-Es la hora- le
dije a mis hermanas y a mi madre- prometo que haré todo lo posible por volver
con vosotras. No lloréis por mí, si muero quiero que seáis felices y os sintáis
seguras porque así mi muerte no habría sido en vano.
Busco a Josh
con la mirada y lo encuentro sentado en el tronco del árbol centenario y voy a
su encuentro.
-Es el momento-
dije-por favor cuida de mi familia. Ellas son lo más valioso que tengo y no me
perdonaría si algo malo les pasara.
-No tienes que
pedirlo-aseguró-Te prometo que no les pasara nada.-Su mirada cambia.-Busca algo
en su bolsillo- Esto es un amuleto, los cuatro palos verticales simbolizan a tu
familia y a mí y el quinto palo que nos une a los demás eres tú. Vuelve por
favor.
-Gracias,
hermano- nos fundimos en un gran abrazo.
Cada invierno,
nuestra tribu viaja al norte, donde se encuentra el árbol solitario rodeado
completamente de agua, para interceptar a aquellos que quieren robarnos. Según
los sobrevivientes de las batallas, es un árbol mágico y se le puede escuchar
llorar minutos antes de la batalla y que el agua que rodea el árbol se manche
de sangre.
Tardaremos dos días
en llegar si no tenemos ningún contratiempo. En ese tiempo, nos organizamos en
grupos de ataques. Se intenta que todos los grupos estén igualados en fuerza y
velocidad. Nunca he sido muy robusto o atlético y la tribu discute con que
grupo debería ir. Por el momento me asignaran al grupo más fuerte.
-Es aquí- dijo
el jefe.- Descansen, pero estad alerta. Nunca se sabe cuando te pueden tender
una emboscada.
Me acerco al
lago que rodea el árbol. El agua es cristalina y puede verse el fondo pero no
hay vida en el. Ahora que lo veo no hay vida en un radio de 5 metros, solo ese
árbol que dicen que llora.
Se escuchan
tambores, cada vez más cerca. Poco a poco se escuchan las pisadas, las ramas
caídas al ser aplastadas por sus gigantes pies y sin darnos cuenta la guerra
había comenzado.
Nunca pensé que
acabaría con una vida pero a veces es mejor cazar que ser cazado, así que no
dudo cuando hundo mi espada en el pecho del enemigo. Me muevo rápido pero
parece que no lo suficiente cuando siento como una espada atraviesa mi espalda
y me siento caer al suelo. La pelea está acabando pero no sé quien va ganando,
pero ya no importa, siento como lentamente la vida me abandona. Ya no siento el
dolor de mis piernas después de caminar varios días hasta este lugar, ni
siquiera siento la herida de espada que me atravesó.
Entonces veo un
ángel y sé que viene a llevarme, donde quiera que vayan esas almas que han
muerto en la batalla y estoy preparado para irme y abandonar este mundo en el
que he visto demasiadas tristezas y en el que la alegría es efímera. Pero el
ángel no ha venido a llevarme pues me deposita junto al tronco del árbol
llorón, que acerca sus ramas hacia mí y vierte sobre mi boca sus lágrimas. Mis
ojos no pueden aguantar más y caigo en un profundo sueño.
No sé cuantos
días han pasado cuando por fin consigo abrir los ojos de nuevo. Miro a mí
alrededor y me doy cuenta de que no hay rastro de vida ni de muerte, todo sigue
igual que cuando llegamos como si la batalla nunca hubiera tenido lugar. ¿Qué
ha pasado? Es lo único que ronda por mi cabeza, porque sigo aquí, vivo.
Entonces recuerdo. El ángel y el árbol me han salvado.
-Gracias-
susurró. No sé porque pero sé que ambos han captado mi agradecimiento. E de
volver a casa.
Camino durante
días cuando por fin avisto mi pueblo, mi casa, mi familia. Espero que ellos me
hayan echado de menos tanto como yo a ellos, aunque quizás piensen que morí en
la batalla.
Llamo a la
puerta y espero, no quiero asustarlas. Mi madre abre la puerta y veo como con
incredulidad me abraza muy fuerte temiendo a que solo sea una visión y me
desvanezca en cuanto respire.
-Estoy bien-
por fin se relaja- ¿Dónde está Josh?
-Josh….-duda-
Josh está muerto. Los moradores del norte llegaron y el intento salvar a tu
hermana que había salido a recoger fruta y recibió una herida mortal. Snifff…no
pudimos hacer nada.
No podía
creerlo. Yo que fui a la batalla regreso vivo y el que debería haber estado a
salvo, en casa, muerto por mi culpa. Josh que quería venir conmigo cuando
apenas podía sostener una espada con sus manos, mi amigo, mi hermano.
Pasaron los
días y llego el momento de enterrar a aquellos que murieron en la batalla o que
como Josh que había muerto defendiendo nuestro hogar. Mi madre vino a
acompañarme al cementerio, sabía que yo no debía estar solo en el momento de
dar el último adiós a un amigo.
Allí me di
cuenta de los inútiles que son las guerras. Las personas que se quedan tras
ellas tienen un largo camino hasta volver a rehacer sus vidas y aun así nunca
volverán a la normalidad porque siempre faltará algo. Todos hemos perdido a
alguien querido y ahora con nuestras despensas casi vacías, la mitad del ganado
muerto, lo único que echo en falta es esa risa que me animaba siempre cuando
estaba triste, el abrazo de mi padre que se marcho demasiado pronto, pero sobre
todo a cada una de las personas que se encuentran bajo este suelo que hoy piso.
Porque todas ellas han hecho algo para que este pueblo sobreviva y a todas
ellas le debemos forma de vida.
-Adiós amigo-
me despido- Algún día volveremos a estar juntos y allí nada ni nadie apagara
nuestra risa.
Meses más tarde
nació un rosal en esa zona. De él nacieron hermosas rosas rojas que anunciaban
no solo el comienzo de la primavera, sino también la cicatrización de las
heridas de los corazones.
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